Súper

Llegó de la calle: chiquito, lombriciento y poco agraciado. Pero hay contratos que van más allá de una decisión estética o siquiera racional.

Gracias a un correo colectivo que Marina Vera, hoy mi querida amiga, mandó a una lista de correos, en casa adoptamos a este perrito o, mejor dicho y como ya se sabe que ellos hacen, él nos adoptó a nosotros. Vestía una gabardina azul que le daba cierto aire de super héroe, por lo que se llamó Súper.

No exagero cuando digo que no he visto otros ojos que expresen tanto amor y tanta incondicionalidad. Y mi corazón, defendido de la ternura, ajeno al compromiso de cuidar a una mascota, comenzó a abrirse a una forma de amor única y al aprendizaje significativo que representa querer a un ser que no habla, pero lo expresa todo.

Así como no olvido la primera mirada que nos conectó con él, tampoco olvidaré la última ni su aliento apagándose cuando, 20 años después, la parálisis y la vejez extinguieron su, antes, perenne alegría de vivir y estar en familia. 

Hoy no puedo pensar en él como un perro, sino como un pequeño maestro de pelo amarillo. Como el bello colibrí que vimos después de despedirnos para siempre. Como el responsable de abrir de manera irreversible un canal de dulzura que me une no sólo a él, sino a la maravilla de la vida misma.

Ya nos volveremos a encontrar, pequeño Super.