LAS HERIDAS DE LA INFANCIA
Te invito a que conozcas un poco más de esta apasionante rama de la psicología, la cual explica muchas de nuestras conductas durante la edad adulta.

¿Qué son las heridas de la infancia?
¿Alguna vez te has preguntado por qué caes en patrones repetitivos que son perjudiciales para ti, para tus objetivos de vida y también para tus seres queridos? Aunque los seres humanos somos muy complejos, y son muchos los factores que influyen en nuestro comportamiento durante la edad adulta, la mayoría de nuestras conductas aprendidas tienen su origen en la niñez.
Decir que la infancia es determinante para nuestro futuro es tanto como decir que respirar es necesario para vivir. Lo cierto es que, durante la niñez – e incluso durante el periodo de gestación – cada uno de nosotros experimentamos en forma muy dolorosa por lo menos un evento que, aunque no haya sido tan grave, marca el temperamento y las conductas que mostramos a lo largo de nuestras vidas. Estos eventos traumáticos son conocidos como heridas de la infancia.
Autores
El concepto de las heridas de la infancia es relativamente nuevo en los campos de estudio psicológicos, y ha sido mayormente estudiado por psicólogos y terapeutas como Lise Bourbeau y John Bradshaw.
Antes de empezar su carrera como motivadora profesional, la canadiense Lise Bourbeau fue una exitosa directora de ventas para una gran empresa de multinivel, donde llegó a ser la mejor del mundo. Una de sus principales funciones era acompañar a sus vendedoras, escucharlas, apoyarlas, y ayudarles en lo que pudiera. En su constante trato con ellas, comenzó a notar patrones de conducta y hasta apariencia física similar entre quienes compartieron condiciones de vida durante la infancia. Estas observaciones la llevaron a poner en marcha su escuela de desarrollo humano en 1982, y a escribir varios libros que en total han vendido más de tres millones de copias. Si quieres conocer más sobre ella da click aquí.
Por su parte, el Dr. Bradshaw fue un psicólogo, educador y terapeuta muy innovador, y de los primeros en proponer el concepto del “niño interior”. Nacido en Texas en el seno de una familia altamente disfuncional, con un padre dominante y abusivo John Bradshaw, que siempre fue un hombre muy inquieto, se dio a la tarea de estudiar filosofía, religión y psicología buscando el por qué de las cosas. Fue esta última disciplina la que le permitió observar y entender que el origen de sus limitaciones de carácter estaba en el abuso experimentado durante la infancia. En su afán por compartir su hallazgo se convirtió en un escritor muy vendido, y en una personalidad de la TV norteamericana en los años 80. Si quieres conocer más sobre su trabajo da click aquí.
Las cinco heridas de la infancia
Lise Bourbeau y John Bradshaw, junto con algunos otros autores son quienes más han estudiado el tema. Coinciden en que hay cinco heridas de la infancia, y que éstas se experimentan cronológicamente:
-
Herida de abandono
-
Herida de rechazo
-
Herida de humillación
-
Herida de traición
-
Herida de injusticia
Antes de hablar de cada una, es importante señalar que las heridas de la infancia tienen más que ver con la forma en la que vivimos el momento que la causó, que con la magnitud del hecho en sí mismo. Esto es más notorio en las primeras fases de vida, a las que corresponden las heridas de abandono y rechazo.
Aunque el cerebro tarda unos 20 años en madurar, el sistema nervioso es una de las primeras partes que se forma en un bebé. Por ello, pese a que no tiene aún la habilidad de razonar, en la etapa de gestación o a las pocas semanas de haber nacido sí percibe información a nivel sensorial, lo que en algún momento, le provocará una sensación de peligro que abrirá una herida. Es decir, aún aquella persona que haya sido bendecida con madre y padre amorosos y cuidadosos, tendrá alguna de estas heridas aunque sea mínima, pues cuando somos niños realmente no sabemos ni entendemos qué es lo que ocurre a nuestro alrededor, solo sabemos y entendemos cómo nos hace sentir el entorno.
Más adelante, el aprendizaje lleva al niño a desarrollar capacidades de discernimiento, las cuales a través de su interacción con su entorno cotidiando lo llevan a percibir situaciones en las que puede encontrarse el origen de las heridas de humillación, traición o injusticia. Nuevamente, la herida se abrirá en función de la intensidad de la vivencia, aunque conforme la persona avanza en su infancia, su entendimiento se hace cada vez más sofisticado, lo que influye en la aparición, pero también en la contención de nuevas heridas.
La herida de abandono
La herida de abandono es una de las más comunes y la que suele dejar la huella más profunda, con secuelas que nos acompañan a lo largo de toda la existencia, ya que ocurre en una etapa muy temprana de la vida: si cuando somos niños nos es muy difícil discernir, imaginen como es cuando somos bebés: cualquier situación de abandono, por ejemplo, cuando mamá y papá se ausentan diariamente por trabajo, se entiende como un peligro letal, aunque estemos en compañía de otros seres queridos como los abuelos.
El resultado de la herida de abandono es un cuestionamiento de nuestro derecho a existir, que se quedará en el inconsciente con efectos visibles en el carácter y en las conductas, incluso aunque el abandono sea reparado. Es decir, aunque volvamos a ver a mamá y a papá en la noche o, en el caso más extremo de un recién nacido abandonado en la calle, ella o él sean adoptados por una familia, la experiencia primaria resulta imborrable. También es importante notar que muchas veces, los padres y madres que provocan herida de abandono fueron víctimas de lo mismo.
Cuando hay herida de abandono el infante aprende a “no merecer” nada bueno, ya sea respeto, reconocimiento, cariño o, sobre todo, amor. Por esta razón puede ser víctima fácil de abusos, o bien hacer hasta lo imposible por llamar la atención. Ambas actitudes en el fondo disfrazan su deseo de no volver a ser abandonado, y por lo general a eso es exactamente a lo que conducen mientras no se tenga consciencia de la herida.
Otra de sus manifestaciones es la adicción. Como esta herida se produce en la llamada etapa oral, que va aproximadamente de las primeras semanas al año y medio de nacido, es común que se presente oralmente a través de fumar, beber, comer y otras adicciones, o hablar mucho.
La herida de rechazo

En algún momento tod@s hemos sido rechazados, ya sea por nuestro aspecto, creencias, opiniones, condición social, por nuestras habilidades o falta de ellas, o simplemente porque alguien nos pidió – no siempre de la mejor forma – que nos fuéramos a… otra parte.
Aunque el rechazo es frecuente en la convivencia social, eso no necesariamente produce una herida. La herida de rechazo surge como consecuencia directa del desprecio que, sobre todo como recién nacidos experimentamos por parte de mamá, papá y/o alguna otra persona cuidadora. Como en más de una ocasión dichas personas por lo menos nos solicitaron privacidad, cada ser humano es portador de esta herida, aunque sea en grado mínimo.
Es importante notar que, según la teoría psico corporal, la herida de rechazo ocurre durante la gestación o en los primeros días de vida. Eventos como una enfermedad, un accidente, o una discusión fuerte entre mamá y papá, la sensación en la mamá de no ser suficientemente apta para la maternidad, o una situación mucho más drástica como un intento de interrumpir el embarazo, son percibidos por el sistema nervioso como un mensaje de no ser bievenid@ a la vida. El bebé no guardará esta memoria en su conciencia, pero inconscientemente sí tendrá la vivencia de rechazo y más adelante en la vida, hará lo posible por evitar que se repita.
No todas las heridas de rechazo tienen este origen. También puede aparecer más adelante en la infancia, como consecuencia de invalidaciones reiteradas por parte de compañeros de la escuela, amistades, familiares cercanos o profesores. Esto quiere decir que la herida de rechazo puede surgir en un contexto social, lo que tiene mucha trascendencia para el desarrollo de la niña o el niño, que en esta fase necesita justo lo contrario: que se le incluya a partir de los aspectos positivos de su personalidad.
Quienes presentan herida de rechazo son usualmente personas aisladas, introvertidas, solitarias, sumamente reflexivas, poco capaces de expresar sentimientos y a las que les cuesta mucho relacionarse. No aceptan elogios, pero, en cambio, hasta la crítica más constructiva se la toman como algo insultante y personal. Esto, sumado a su perfeccionismo, provoca que los demás, que perciben con normalidad el entorno, piensen que son hostiles, cuando realmente solo se están protegiendo.
La herida de humillación

La maternidad y la paternidad vienen aparejada de grandes expectativas. Mamá y papá sueñan con los grandes logros de sus hij@s, cosas que quizás ellas y ellos mismos no pudieron obtener. Eso que suena tan noble y positivo casi siempre da pie a una herida de humillación.
Resultado de las expectativas preconcebidas y desmedidas que poco o nada tienen que ver con la personalidad y motivaciones del niñ@, pero todo que ver con las creencias, ambiciones y limitaciones de sus padres, la herida de humillación se origina durante los primeros años de la infancia, cuando la distancia que existe entre las expectativas de los papás y las capacidades o intereses del infante se hace evidente.
La herida de humillación también se puede originar como resultado de un estilo de educación autoritario e inflexible, basado en el castigo como método de aprendizaje y relación con el entorno. El resultado es el mismo ya que, haya o no expectativa previa, el niño o la niña entran en un sistema de crianza en el que complacer a la madre o al padre autoritario sencillamente es imposible.
Recordemos que las mayores figuras de autoridad son mamá y papá; incluso en la edad adulta (no siempre en forma consciente) los hijos nos creemos todo lo que los padres nos dicen, y sus palabras influyen en nuestro estado de ánimo. Ahora imaginemos eso mismo en un niño, y entenderemos el peso enorme que sus ideas tienen en nuestro desarrollo psicosocial. Lo que nuestros padres ven como una crianza eficaz, incluso virtuosa, muchas veces no hace más que contribuir al desarrollo de la herida de humillación.
Incapaz de cumplir con expectativas inalcanzables o, peor aún, sin saber nunca cuáles eran esas expectativas, la niña o el niño viven humillados y avergonzados, víctimas de la desaprobación, sin recibir apoyo emocional, y enfrentando un entorno social y familiar de una enorme presión que, a final de cuentas es impuesta e innecesaria.
La herida de traición

Los niñ@s tienen una enorme inteligencia, y aunque no puedan expresarlo o explicarlo correcta o completamente, saben muy bien distinguir entre la agresión que ocurre como consecuencia de un error o de un mal momento, y la agresión que se dirige sistemáticamente en su contra.
Es la segunda, producto de las limitantes de carácter o, en casos más perniciosos, de las estrategias de los padres o las personas cuidadoras, las que originan la herida de traición.
Sabedores de que la labor de mamá y papá es protegerlos, la niña o el niño se sienten altamente traicionados al percatarse de que alguno de los dos, o los dos, no solo no cumple con su principal responsabilidad hacia ellos, sino que abiertamente actúan en un sentido totalmente opuesto.
El niño puede darse cuenta cuando hay incumplimiento frecuente de promesas con la intención de manipularlo, cuando se revelan detalles íntimos de su persona o su vida en familia, o cuando se le deja de lado para satisfacer intereses o deseos de otras personas.
Estas situaciones, además de que lo llenan de vergüenza, lo van orillando a evaluar y juzgar no solo el daño que la traición le está causando, sino cualquier circunstancia que represente un riesgo potencial. De ahí que el principal rasgo de esta herida sea la desconfianza hacia todo y todos los que le rodean, y el deseo de controlar su entorno como mecanismo de protección.
En la herida de traición es muy claro que no hay malentendidos o exageraciones por parte de los niños, puesto que comprenden que una cosa es sentir decepción ante una promesa que involuntariamente no se pudo cumplir, y otra una actitud que, sin importar sus objetivos, lastima la relación de confianza que debe tener con sus progenitores.
La herida de injusticia
Por lo general la última herida de la infancia en abrirse es la de injusticia. Se forma cuando la niña o el niño perciben que mamá o papá, pero en especial el progenitor del mismo sexo, le trata en forma rígida, fría y distante. Es muy parecida a la herida de humillación, con la diferencia de que la víctima más que vergüenza, se siente invisibilizada e invalidada ante el estado de permanente exigencia bajo el que vive, y que ella o él consideran injusto.
Esto quiere decir que, a diferencia de lo que ocurre con la herida de humillación, donde la persona confronta su situación sin un referente, en la herida de injusticia el estado percibido es producto de una comparación con el entorno, en la que el infante se percibe en desventaja frente a otros como pueden ser hermanos o primos, compañeros de escuela, e incluso personas cercanas de mayor edad. La constante es la sensación de sobre exigencia, de que sus opiniones no son escuchadas, y de que sus esfuerzos no son siquiera vistos.
Cuando se presenta, la herida de injusticia nos conduce a tener dificultades para expresar sentimientos u opiniones, y para pedir ayuda; a ser exageradamente rigurosos y perfeccionistas como una forma de compensar la sensación de inferioridad que produce el trato desigual; y a ser muy sensibles ante la crítica.
Heridas de la infancia y máscara

De acuerdo con Lisa Bourbeau, una vez que las heridas de la infancia se han abierto en nosotros, el ego entra en acción y nos provee de una máscara, creyendo que servirá para protegernos del dolor que nos causa la herida, cuando en realidad lo único que va a lograr es que mantenerla y abrirla más, mientras la alimenta con aquello que justamente desea evitar. Cabe señalar que, a mayor tamaño de la herida, más rígida y persistente será la máscara.
En este punto es fácil advertir que tod@s tenemos más de una herida, que cada una se manifiesta con distinta fuerza, y que la combinación de herida y máscara con sus respectivas intensidades es clave para definir nuestro temperamento y conductas particulares ante la vida.
La máscara de la herida de abandono es la retirada. Quien la emprende es una persona con baja autoestima y una autovaloración casi nula. Sienten que nadie los entiende y que su existencia es una carga para los demás por lo que, como ya se había mencionado, recurren a las adicciones.
Para la herida de rechazo la máscara es la dependencia. El que la lleva puesta es una persona desesperada por llamar la atención, ya sea a través del drama o el conflicto, o de una vida social exagerada y muy activa, de la que procuran ser el centro. También pueden actuar como víctimas o salvadores, según el caso, para mantener y perpetuar relaciones de dependencia.
En el caso de la herida de humillación se lleva la máscara del masoquismo. Son personas que viven para sufrir, evitando a toda costa sentirse avergonzada por su inferioridad. Por eso, prefieren asumir culpas que no les corresponden, imponerse castigos severos, y hacer lo que se necesite para ganarse la aprobación – que no el cariño – de los demás.
La máscara del controlador cubre la herida de traición. Los controladores tienen una personalidad fuerte y demandante, creen que la razón siempre los asiste y por eso buscan someter a todos a sus puntos de vista. Como es de esperarse son desconfiados y les gusta mantener el control a través de la mentira y la manipulación. Cuando las cosas no salen conforme al plan, entran en crisis.
La herida de la injusticia tiene como resultado la máscara de la rigidez. Estas personas buscan ser tan frías y eficientes como sea posible, buscando satisfacer las exigencias excesivas de mamá o papá. No les gusta mostrar sus emociones o pedir ayuda, valoran más lo intelectual que lo emotivo, y se les dificulta muchísimo admitir que están equivocados.