LA HERIDA DE ABANDONO ¿NUNCA SE CIERRA?
El abandono siempre duele, pero cuando ocurre en una etapa muy temprana de la vida suele dejar una huella profunda que puede dar síntomas y problemas a lo largo de toda la existencia. Ningún bebé sabe aún discernir, porque su desarrollo está incompleto, por lo que va a interpretar toda situación de abandono como un peligro que pone en riesgo su vida. Y eso produce una huella profunda a nivel del sistema nervioso. Esa huella se queda ahí, aunque físicamente no se note. No obstante el abandono se repare más tarde (por ejemplo: cuando una familia adopta a un niñito abandonado) y la persona tenga una vida “normal”, la vivencia primaria se quedará en el inconsciente y esto tiene efectos visibles en el carácter y en las conductas. El abandono y su herida subsecuente, tienen grados que pueden ir desde situaciones extremas, como dejar a un recién nacido en la calle, desamparado y a su suerte; a eventos menos graves pero también dolorosos para el niño como, por ejemplo, cuando ambos padres tienen que irse a trabajar y el bebé pasa mucho tiempo solo o con cuidadores que no se conectan emocionalmente con él. La separación o el divorcio de los padres, cuando es mal manejado, también puede producir esta herida. Por ejemplo, cuando uno de los progenitores sólo se va, sin dar explicaciones. Entre los síntomas frecuentes de la herida del abandono está la falsa creencia de “no merecer” (respeto, reconocimiento, cariño y, sobre todo, amor) por lo que los niños que la tienen suelen ser víctimas fáciles de acoso, tener bajo rendimiento escolar aunque sean listos, o hacer muchas cosas para llamar la atención (travesuras, ser muy parlanchines, enfermarse), lo que puede impacientar a sus compañeros y a los adultos responsables de cuidarlos Como la herida de abandono produce actitudes inconscientes, el resultado será aquello que más se teme y que más duele: la gente se aleja, recreando el abandono y dando como resultado un triste círculo vicioso de abandono y dolor que, cuando la herida no se hace consciente, sigue reproduciéndose en la edad adulta, durante toda la vida. Cuando no conseguimos formar una pareja estable porque siempre “nos dejan”; si sentimos que nadie nos quiere y que tenemos que someternos para recibir aunque sea un poquito de cariño; cuando damos de forma desmedida a los demás o estamos en relaciones de abuso, puede deberse a que tenemos herida de abandono. Como esta herida se produce en la llamada etapa oral (entre las primeras semanas y el año y medio de nacido aproximadamente) también es común que se manifieste oralmente a través de fumar, beber, comer y otras adicciones o hablar mucho (Aunque, desde luego, no se puede generalizar). Muchas veces, los padres y madres abandonadores lo son porque también ha sido víctima de lo mismo. Nadie puede dar lo que no tiene: si no nos cuidaron, difícilmente podremos cuidar a alguien más de una manera responsable, amenos de que cobremos consciencia del problema. La solución para sanar radica en aprender a cuidar de nosotros mismos a través de reconocer, validar y satisfacer las propias necesidades, haciendo por nosotros lo que tal vez no hicieron en nuestra infancia: cuidarnos de una forma sana y madura. Entonces podremos cuidar a otros. La herida de abandono puede cerrarse y no nos condena al desamor ni a la infelicidad. Puede ser el inicio del camino de quienes, después de atenderla, contactan con un corazón generoso, servicial y deseoso de ayudar a otros. Muchas personas que tienen profesiones de ayuda (enfermeros, educadores, psicólogos, etcétera) encontraron su vocación al querer dar a otros lo que ellos no tuvieron: atención y cuidado. @AuroraDelVillar Arte: Margaret Keane