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Beto



Amanacer 2025

 

Hola! Me da mucho gusto saludarte después de varias semanas ausente.

 

Pensaba iniciar este blog con un saludo típico de inicio de año, deseándote lo mejor y bla bla bla…

 

No es que no te desee un inicio de año 2025 muy venturoso, claro, pero mientras escribo, regresa con insistencia el recuerdo de Beto y la experiencia que mi amiga Sandy y yo tuvimos con él.

 

Esto que te cuento sucedió, si me acuerdo bien, a finales de 2023.

 

Tras mucho tiempo de no vernos, porque ambas tenemos agendas muy complicadas, Sandy y yo, decididas a coincidir como fuera, pactamos una cita en un lugar que, bajo otras circunstancias, jamás habríamos visitado: una plaza comercial en un punto de la ciudad que a ninguna de las dos nos queda ni remotamente cerca, pero ella tenía una cita médica por ahí y decidimos que yo la alcanzaría después.

 

Quedamos de encontrarnos en la cafetería de un almacén, y de ahí buscar a dónde ir a comer.

 

Salí con buen tiempo para un viaje que normalmente debería haber tomado unos 40 minutos. Pero me tocó presenciar no uno, no dos, sino tres accidentes viales. Ligeros choques, nada grave, pero que ralentizaron el tránsito.

 

Le escribí a Sandy para avisarle que llegaría 10, luego 20, luego 30 minutos tarde. Y me di cuenta de que mis mensajes no entraban a su teléfono. Le marqué. Tampoco mi llamada entró. Ni hablar, seguí manejando, esperando todavía encontrarla en la cafetería, cosa que ocurrió.

 

La saludé, me disculpé, aclaramos el motivo de mi atraso y, como ya se había hecho tarde y ambas moríamos de hambre, pues decidimos no ir a buscar dónde comer, sino quedarnos ahí. Pedimos la carta y ordenamos ya no recuerdo qué. De lo que sí me acuerdo, es de la panera que contenía totopos y unos bolillos miniatura.

 

Que cómo estás; que qué ha sido de tu vida; que cómo marchan tus cosas… en eso estábamos Sandy y yo cuando, en una mesa a mis espaldas, fue claro que algo estaba pasando. Nos tomó un momento darnos cuenta de que una persona había perdido el sentido y se había desmayado.

 

Todo pasó muy rápido: alguien, que parecía el gerente, le daba primeros auxilios al hombre vestido de negro que yacía en el suelo; el restaurante comenzó a vaciarse; las maniobras de resucitación se hicieron más intensas; las caras de todo el personal del restaurante se transformaban en asombro y miedo; pasó algún rato hasta que fue claro que el hombre en el suelo estaba muerto. Era Beto.

 

Sandy yo nos miramos y no nos quedó duda: nuestra presencia ahí se debía a una cadena muy larga de casualidades y algo adentro nos dijo que debíamos quedarnos.

 

Ambas somos psicoterapeutas, podemos quedarnos a dar contención emocional a quien lo requiera, dijimos.

 

Los meseros y meseras se miraban con caritas pálidas de azoro, tristeza y confusión. De la cocina comenzaron a salir cocineros y lavaloza; Taparon a Beto con un mantel. Alguien comenzó a repartir el remedio mexicano para el susto: pronto muchos tenían un bolillito en la mano.

 

Del almacén trajeron unas mamparas de la barata de colchones para rodear el cuerpo sin vida de Beto y ocultarlo de las miradas de quienes estaban realizando compras, porque la cafetería no tiene muros, está integrada a la tienda.

 

Recuerdo que llegó un paramédico sólo para confirmar el deceso.

 

Y ahí estábamos Sandy y yo, respirando profundo, arraigándonos, diciendo a quien nos quería escuchar que estaba bien si querían llorar o si tenían miedo, que era normal.

 

Beto era mesero, trabajaba ahí desde hacía muchos, muchos años. “Nosotros convivimos más aquí que con nuestras propias familias” nos dijo una camarera conteniendo las lágrimas. Nos contó que Beto atravesaba circunstancias personales muy difíciles, quizá lo mataron las preocupaciones.

 

En otra mesa, el único par de comensales que quedaba en el restaurante, una mujer y un joven, sentados frente a frente se tomaban de las manos y lloraban. Sandy y yo nos acercamos a preguntar si podíamos acompañarlos. Nos contaron que eran madre e hijo, que desde que el joven era un niño acostumbraban almorzar ahí y que Beto había sido siempre su mesero. Que justo ese día se habían congratulado de haber sobrevivido a la pandemia y que podían seguirse saludando. Consideraban a Beto un amigo.

 

Oramos un poco. Los cuatro y algunas personas que se sumaron al rezo.

 

Poco tiempo después sentimos que era el momento de dejar a la familia de la cafetería sola, para que pudieran llorar y despedirse de Beto sin extraños.

 

Sandy y yo nos fuimos de ahí muy cargadas. Este evento fue tema de la siguiente sesión con mi terapeuta y hoy el recuerdo me regresó con mucha fuerza. Siento que le debía a Beto contar la historia de su muerte inesperada y honrar su recuerdo y las lecciones que me dejó.

 

El año 2025 comenzó el 1 de enero. El año nuevo chino comenzará el 28. Símbolos de nuevos comienzos y oportunidades. Pero la vida a veces se termina de forma abrupta sin avisar en el calendario.

 

Por eso creo que hay que vivir diciendo que sí; entrándole al toro; sin posponer los temas importantes; sin superficialidad; sin someternos a presiones que no nos hacen bien… sin miedo. Porque no es lo mismo estar vivo que sólo no estar muerto.

 

Así, regreso a la intención con que comencé a escribir este blog: desearte un feliz año nuevo y, sobre todo: 365 días vividos con profundidad; alegría; sentido de propósito. Un año en que le digas que sí a todo lo que sabes que necesitas y te hace bien.

 

Te abrazo

 

2 comentários


sandra.pantoja
15 de jan.

Qué impactante experiencia, gracias Auro por compartirla de forma tan conmovedora y dándole además un enfoque muy positivo. Feliz 2025!

Editado
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Raul Gonzalez
Raul Gonzalez
14 de jan.

Aurorita que Bien que regresas y siempre , siempre dejando un gran mensaje y abrirnos a actuar de diferente forma un comienzo 2025 , siempre admirándote , siempre !!!💝

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